Días Oscuros del Sol Naciente

Capítulo XI
Lejos del Desierto


Llega la noche, que tanto temías,
Llega la noche, en que sueltan los lobos.

Sucio traidor, rata de la Corporación,
corres por tu vida, intentas huir.

Pero ahora ya es tarde...
demasiado tarde.

Como lobos... ¡En la noche!
Como lobos... ¡Acechando!

En callejones oscuros,
las niñas susurran,
En callejones oscuros,
las niñas te buscan.

Oyes sus pasos, ya no hay vuelta atrás,
las hijas de la Guerra te van a cazar.

En el Mundo Exterior, ya nadie te esconde;
en cada esquina se murmura tu nombre.

Sucio traidor: Han soltado a los Lobos.
Sucio traidor: esta noche caerás.

Son sus pasos, una marcha funebre,
marcha funebre, que lleva tu nombre.

Están muy cerca.

Se están acercando...
¿Oyes sus pasos...?

Como lobos... ¡En la noche!
Como lobos... ¡Acechando!

¡Como lobos!

“Como Lobos” — Canción popular del Mundo Exterior

En un viejo almacén, propiedad de la organización, Olfsen ve una vieja película en un viejo monitor.

Una de vaqueros. Le encanta esa película, es del Viejo Mundo, y por supuesto la ve subtitulada.

Ni tiene ni idea de en qué coño había hablado esa gente. La mayoría no sabe lo que es un caballo, o un vaquero, pero Olfsen sí.

Le gustan esas películas por dos motivos, el primero son los caballos, ahora los pocos animales que viven en estado salvaje están más interesados en comerte que en convertirse en un medio de transporte.

En estas películas hay uno o dos hombres buenos, y luego están los otros, un montón de hombres malos. Siempre ganan los buenos, y los malos siempre mueren sin dar demasiados problemas. No suplican, no lloriquean mientras se desangran como cerdos, no les entra el tembleque, no se mean encima. Un disparo, y se mueren.

Le gusta ese mundo, es un mundo sin grises, donde le puedes pegar un tiro al malo y no cuestionarte ni un segundo lo que acababas de hacer. En esas películas los malos nunca tienen hijos ahora huérfanos, no hay una mujer llamándote hijo de puta mientras llora sobre un cadáver.

No, son malos, se mueren y a nadie le importa.

Olfsen es delgado y alto. Tendrá unos 30, y eso es lo que dice cuando le preguntan, —unos treinta—, pero es una aproximación. Como muchos de los que nacieron en los tugurios del 17, no sabe exactamente qué edad tiene. A su padre también lo mataron, pero por mucho que ha intentado ahondar en los recuerdos, era demasiado pequeño para recordar quién o por qué.

Igual fue la organización, podría ser, a saber.

La película termina, y en ese mismo momento puede oír cómo abren la puerta del garaje. Han llegado.

Apaga el televisor y apura su vaso de vodka. No le gusta beber demasiado: tres o cuatro copas al día, no más.

Pero hoy sí ha bebido, hoy lleva bastantes más.

La puerta se abre y entran tres hombres. El primero es Ashur, que entra como si nada, mira a Olfsen —su amigo, su hermano—, lo mira para luego mirar al viejo televisor y decirle:

—¿Otra vez viendo esas cosas antiguas? No entiendo que te guste tanto.

La mirada que Olfsen le devuelve es gélida, pero Ashur ni siquiera se da cuenta, y ahora ya está rebuscando en el frigorífico por una cerveza.

Ashur no bebe agua, nunca.

Los otros hombres miran a Olfsen buscando alguna indicación de su jefe. Pero Olfsen simplemente mueve la cabeza para señalar hacia la puerta y los dos se marchan sin decir nada.

Olfsen, a diferencia de Ashur, sí cree en la causa. Lleva años partiéndose los cojones por demostrarle su lealtad a la organización. Y, aun así, sigue estancado en el puto puesto 53 de la cadena de mando. Y aún entiende menos que ese Douglas Einslin ocupase el puesto 43. Un exciudadano que -—dicen-— ni siquiera sabe hablar nashda.

Dicen que es bueno construyendo cosas, pero Olfsen sabe que hay mucha gente buena construyendo cosas. Gente que nació en el Mundo Mxterior, no gente criada en la cómoda cuna del pueblo enemigo.

No le odia; por lo que sabe de él, es alguien demasiado irrelevante como para ser odiado.

Olfsen no se a consideradu nunca un extremista; el es solo un soldado. En el fondo, sabe que podría llegar a tolerar a un ciudadano, piensa que incluso podría considerarlo un amigo, pero nunca, jamás, un igual.

Mira a Ashur, que está ahora en la mesa, sentado, bebiéndose su cerveza, mirando a una esquina del techo mientras bebe, y pensando en lo que sea que piensen los tarados.

Él se da cuenta de que le está mirando, y por decir algo, dice:

—¿Cómo está Maika?

Maika es la mujer de Olfsen. Muchos piensan que ella también está en el Sol Naciente, que Olfsen la reclutó. No es así. Pero, sin mentir sobre ello, dejan que la gente lo siga pensando. Hay menos posibilidades de que alguien te toque los cojones si cree que el Sol Naciente puede venir a por ti.

Maika, solo ella conoce a Olfsen en realidad.

—Bien.

La respuesta le parece suficiente, y Ashur se levanta para mirar por la ventana. Y no le gusta lo que ve.

—Me cago en la puta...

Se dirige a la puerta, la abre y empieza a gritar a los otros. Hay unos críos fuera intentando rapiñar piezas del coche con el que han llegado.

Cierra la puerta y se acerca a la ventana otra vez. Fuera se oyen gritos y pasos apresurados alejándose.

Olfsen no les culpa, él mismo de pequeño había comido muchas veces gracias a idiotas a los que se les ocurría dejar un vehículo en la calle durante cinco minutos sin vigilar.

Ashur había rapiñado con él, pero a Ashur sí le molestan esos críos.

—Putos niños de los cojones... ¿Y a estos idiotas tanto les cuesta vigilar el puto coche? Nos han robado piezas tres veces ya este mes.

Normalmente el cabreo de Ashur le haría gracia. Pero hoy no le hace gracia.

Son amigos desde que Olfsen puede recordar, y se pregunta en qué momento decidió que a Ashur se lo perdonaría todo.

La primera vez que Ashur la cagó fue junto con dos nuevos reclutas. Se hartaron de beber, luego entraron en una tienda de armas del 17 y discutieron con el vendedor por no hacer un "descuento a los soldados de la causa".

Esta era la versión de la viuda. La de Ashur era que "el hijoputa se puso nervioso".

Cuando la discusión terminó, el vendedor tenía un agujero nuevo en la cara.

Olfsen no era un idealista, sabía que el Sol Naciente no era para débiles de corazón, pero si la organización había sobrevivido durante siglos era por el apoyo de los habitantes del Mundo Exterior.

Grupos rebeldes con nobles y no tan nobles ideales nacían y morían cada poco en el Mundo Exterior, pero el Sol Naciente permanecía, y Olfsen estaba seguro de que era por la Tradición. El Sol Naciente tenía tradiciones, y no estaban sujetas a interpretaciones, eran jodidamente claras y estaban escritas en sangre y piedra.

Una de las tradiciones decía que solo el enemigo podía ser expropiado, decía que nunca un soldado debía comportarse como un ladrón.

Y era lógico: la organización no podría sobrevivir sin el apoyo del Mundo Exterior, un apoyo que no se conseguía con soldados borrachos reventándole la cabeza a tiros a cualquier vendedor que no hiciese descuentos.

Pero eran como hermanos, se criaron juntos en las calles del 17. Juntos robaban a los adictos al Jet cuando los encontraban durmiendo demasiado puestos como para defenderse; se quedaban con su dinero y revendían su mierda a otros yonquis. Juntos rapiñaban todo lo que podían, sobrevivían juntos en un mundo de mierda.

Crecieron juntos, y Olfsen se ablandó y la cagó. Le salvó el culo y tapó toda la situación. Debería haber saldado la deuda con la viuda con dos cadáveres, pero la pagó con uno solo, y con un montón de dinero.

Olfsen pensó durante mucho tiempo que el padre de Ashur era un cabrón, después de todo, ¿quién dejaría que su hijo se juntase con las pandillas de huérfanos? Él pensaba que quizás era por eso que Ashur estaba podrido por dentro.

Sabía que, de niños, él le pegaba palizas terribles, y pensó que, como la mayoría de los que pegan palizas a sus hijos, también lo haría con la madre.

Solo vio al padre una vez, el día en que enterraron a la madre. Y le sorprendió la gente que hablaba de la fallecida y de su marido, y de lo bien que ese hombre la había tratado siempre, a pesar de ser un hombre que venía del yermo y tenía un carácter de hierro.

De Ashur, nadie decía nada, como si fuese un tema del que nadie quería hablar.

Él se acercó al hombre, le dio el pésame y le dio la mano, pero cuando estaba a punto de apartarse aquel hombre no soltó su mano.

Miró a su hijo, que estaba en un rincón y no podía oirles, y se acercó a Olfsen para susurrarle al oído un proverbio del Mundo Exterior.

—Unashta-urdai, uni-udackhal, urs bakhta-khaur. «La mente rota solo encuentra paz en un cuchillo.»

El padre de Ashur abandonó el 17 poco después, dicen que regresó al yermo.

Y Olfsen debería haber dado más importancia a sus palabras, pero tiempo después aún tenía que cagarla otra vez.

Nasila era una chica que se había unido al grupo hacía poco. La organización la había enviado hacía solo tres semanas, y a día de hoy aún puede recordar el rostro de la chica cuando reunió el valor para hablar con Olfsen y decirle lo que Ashur le había hecho. Ella había abandonado a su familia por la causa, y Ashur le había dado la bienvenida a la organización abusando de ella. Olfsen la destinó a otro comando, y cuando Ashur llegó, Olfsen le dio una paliza tan fuerte que por poco lo mata. Por eso a día de hoy le llamaban cara-cerdo a escondidas, Olfsen le hundió la puta nariz dentro de la cara a puñetazos.

Pero el padre de Ashur tenía razón: con las palizas no es suficiente, la mente rota solo encuentra paz en la punta de un cuchillo.

Y ahora Ashur está ahí, mirando el techo con su cerveza, pensando el muy gilipollas que el gilipollas es Olfsen, pensando que sus hombres no le han contado cómo ha desobedecido a Olfsen —y lo que es peor— cómo Ashur se ha cagado en la puta tradición del Sol Naciente.

Ashur está ahí pensando, el muy imbécil, que Olfsen no sabrá que por su puta cuenta ha intentado matar al ciudadano. El gilipollas cruzó el 17 con tres matados para acabar con el líder de los comandos, y con una hija de la guerra, de noche, mientras duermen, como una puta rata.

Olfsen lo considera su hermano, pero esta vez ni él puede salvarlo. Es cuestión de tiempo, todos lo sabrán. Si al menos le hubiese salido bien... pero ni eso.

Todos sabrán que es Ashur traicionó a la organización, y muhos pensarán que es el quién lo ordenó. Ashur a puesto en peligro a todo el grupo, a Olfsen, e incluso a Maika...

Toma otro trago e intentando que ni la rabia ni la pena se manifiesten en su voz, le habla.

—Tenemos que ir a por munición, al yermo.

Ashur no deja de mirar al techo con la cerveza en la mano.

—¿Hoy? Pensaba que venían el jueves.

—Hoy. Sin armas.

—¿Por qué sin armas?

—Son de la OMA, no se fían.

—No me gusta ir desarmado, hermano.

—Son de confianza.

—Vale... ¿cuándo?

—Ahora.

Olfsen se levanta y sale de la habitación. Ashur, malhumorado, se acerca a su pequeño armario y deja su vieja Glock dentro antes de salir. Fuera de la habitación, Olfsen y los demás están esperando, y tanto Olfsen como sus hombres, todos, llevan un arma oculta bajo la ropa.

Se dirigen al coche. Olfsen ha tenido todo el día para pensarlo. Llegarán al desierto, al yermo, al lugar sagrado donde descansan los espíritus de los guerreros del Sol Naciente. Él y Olfsen se apartarán del vehículo, avanzarán solos. Y ha pensado en simplemente ejecutarle, pero no, se lo contará, le dirá la verdad.

Le dirá que lo ha querido como a un hermano, que esta vez ni él puede salvarle.

Y cuando Ashur encuentre por fin el descanso, él pedirá a los espíritus del yermo que se apiaden de su hermano, les dirá que lo ha traído él mismo hasta esa arena porque sabe que los traidores no encuentran el camino al desierto. Les contará cómo ha dedicado su vida a luchar por su causa y les suplicará que tengan clemencia con su hermano.

Suben al vehículo. Ashur mira lejos, al final de la calle, donde están los críos de antes que han intentado desvalijar el coche en su manada.

—Putos críos de los cojones —dice Ashur.

Para Olfsen eso lo hace aún más terrible todo: se recuerda a sí mismo, con otros críos, y con Ashur. Aunque en ese grupo no todos son críos. Hay un hombre más mayor entre ellos. Y está repartiendo algo entre los críos; a Olfsen le parece que es dinero. El hombre es mayor, tiene la espalda ancha, se parece un poco a Ashur.

Con tres o cuatro segundos más, Olfsen ataría cabos, pero uno de sus hombres dice “en marcha”, y otro da el contacto.

El viejo motor del jeep se pone en marcha para, inmediatamente, convertirse —con el resto del vehículo, Olfsen y sus otros cinco ocupantes— en una enorme bola de fuego, metralla, huesos rotos y carne quemada.

El vehículo no salta por los aires, se rasga en varias partes como si avatares de fuego hubiesen tirado de él en distintas direcciones.

El ruido se desplaza a toda velocidad entre los callejones, alcanzando casi un kilómetro, y en sus primeros doscientos metros de viaje convierte todos los cristales a su paso en un montón de polvo brillante. Toda la calle se ilumina con el color de las llamas.

Mueren los seis al instante, ninguno de ellos sufre. Y a ciento cincuenta metros, las llamas se reflejan en los ojos de Douglas Einslin mientras otra pequeña parte de su alma muere.

Los niños que antes estaban en el vehículo, y que hace un momento estaban cobrando cien créditos cada uno, agachados en el suelo entienden lo que acaba de suceder.

—Cabrón, nos dijiste que era no sé qué mierda para seguirles. ¡Son del Sol Naciente, viejo loco, te van a matar!

Pero Douglas ni se inmuta. Da cien créditos más al crío restante.

—Cuando pregunten, diréis que lo hice yo. Decídselo a todos: soy Douglas Einslin. Y decidles que Olfsen era un traidor. Que quiso traicionar al Sol Naciente, y que murió lejos del desierto.

Se da la vuelta y se adentra en la oscuridad de otro callejón.

Se dice a sí mismo que fue sin dolor, que no sufrieron; Doug usó tres veces más RDX del necesario, para que ninguno de ellos sufriera.

Una parte de él grita que había prometido no hacer nunca más algo así. Otra parte de el, se excusa: No deberían haber puesto en peligro a Dominike.

La novia de Olfsen trabaja en una factoría y a las seis termina su turno. Pensaban que quizás, solo era su chica, para Laura a preguntado,
y todos han confirmado lo mismo, que es una tapadera, que ella también está en el grupo.

Douglas mira su reloj, que marca las seis y diez.

Laura ya la habrá matado.

/FIN