Capítulo I - Caída al 17

Días Oscuros del Sol Naciente - Morgan Olufsen

Dirigidas hacia un amargo final,
caminamos sin temor.

En nuestras manos traemos la muerte,
esa muerte que los demás no pueden ver.

Y cuando el sol se alce de nuevo,
nos encontrarán en el desierto.

Encontrarán cadáveres quebrados,
en un mar de tumbas sin nombre.

Entonces todos sabrán quiénes éramos.

Dirán que aquí descansan,
las niñas del Sol Naciente.

Que aquí duermen para siempre,
las Hijas de la Guerra.

Letanía del Sol Naciente para jóvenes reclutas.
Archivo de la PMS número 9218374/434

 
 
Lluvia... llueve día sí, día también en el sector 17. Es algo que a Laura nunca dejó de parecerle extraño. Cuando era pequeña conocía a un niño que vivía aquí y recuerda que solían salir a jugar bajo la lluvia. También recuerda su rostro, y que decían que serían siempre amigos, que cuando fueran mayores, se casarían.

Pero aparte de eso, hoy ya no consigue recordar ni siquiera su puto nombre.

Puede recordar —eso sí— el día en que sus padres se lo dijeron. Que el crío se había muerto.

Se murió de sed.

Tiene cojones morirse de sed aquí, en esta mierda de lugar, en un lugar donde llueve cada-puto-día.

Recuérdalo como una lección Laura —le dijeron.

Porque cuando decides beberte el agua de la lluvia, la sed ya te está matando.

Caen cada día litros y litros de agua sobre el 17, lluvia ácida cayendo sobre gente que se muere de sed.

Y a Laura le parece jodidamente adecuado. Lluvia envenenada para un pueblo de putos perdedores.

Nuestra chica recorre calles oscuras, calles del 17 que huelen a agua estancada, al hollín húmedo de las factorías que lo tiñe todo de negro, a ese aceite sobrante de las instalaciones que los habitantes queman en bidones de metal, para mal-iluminar las calles; huele a meados y a basura, huele a mierda.

A mierda, sí... es la mejor palabra para describir el olor de este lugar.

El sector 17 es una maraña de callejones oscuros, plagada de currantes de la corporación vestidos de gris, llena de yonkis sin dientes medio muertos que duermen en los rincones con jeringuillas colgando del brazo, y llena de prostitutas de solo 14 años vendiendo la boca por solo 14 créditos.

Hogar... Si dependiera de ella, jamás habría pisado de nuevo este sitio putrefacto; le da asco el lugar que la vio nacer.

"Aquí nací, y desde entonces, todo ha ido de mal en peor"

La guerrera se siente sola y triste, y considera que eso le pasa por pensar demasiado.

Chica de soluciones rápidas, entra en un antro sin nombre, y allí —sola en un rincón—  bebe.

Bebe un poco hasta que deja de sentirse sola, bebe un poco más para dejar de sentirse triste, y luego, sigue un poco más para dejar de sentir... así en general.

Sale a la calle con ese ardor reconfortante aún en la garganta. Y antes de colocarse la mascarilla de nuevo, enciende un cigarrillo que consume con caladas profundas y largas, mientras ignora un grupo de chavales que quieren venderle no-sabe-qué-mierda.

Sus ojos se detienen con hastío sobre un mural que alguien pintó al otro lado de la calle.

En él aparece un soldado de la Policía Militar con su atuendo negro. Le han pintado un punto de mira en la cabeza, apuntando justo a su frente, y a su izquierda hay un mensaje escrito en letras blancas sobre una mal dibujada kalashnikov negra, que reza: "SOL NACIENTE - MATA A LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO"

La guerrera hace una mueca de asco...

"Mátalos tu que tanto hablas, imbécil".

Tira el cigarrillo a medio terminar, y comienza a caminar mientras dos críos se pelean por lo que queda de él. La guerrera se introduce de nuevo en los callejones del 17, buscando, preguntando...

Sucede que todo ha cambiado, sucede que después de tantos años le será difícil encontrarle.

Sabe que tiene un taller, puede que ya ni siquiera se haga llamar Douglas.

Se pregunta porqué -el muy desgraciado- sigue viviendo en esta mierda de lugar.

Y se pregunta -también- si él se alegrará de verla.

Probablemente... no.

Se alegrará de que no esté muerta aún, eso es posible, pero no de verla.

La organización estuvo a punto de hacerle matar, y ahora, cinco años más tarde, aquí está ella.

Buscándole para darle un mensaje que, lo más probable, provocará que otros le maten.

Cae en la cuenta de que no ha dado una buena noticia a nadie en toda su puta vida.

"Soy la jodida mensajera de las desgracias"

Y así, ensimismada en sus pensamientos, es como nuestra guerrera comete un error... entra en un callejón sin antes mirar bien a su alrededor (niña estúpida), y cuando levanta la cabeza, los ve.

Al otro lado de la calle, dos hombres, van armados, visten de negro, y el visor de sus cascos desprende una tenue luz roja...

Policías, soldados de la policía militar....

"Mierda, mierda y MIERDA"

Van en dirección contraria, es tarde para simplemente dar media vuelta sin levantar sospechas.

Laura baja la capucha de su abrigo gris para que le cubra el rostro, pero sabe que eso no le servirá de nada.

"Levante la cabeza" - dirán. Porque a los polis no les gusta que ocultes el rostro a la computadora.

Y en ese momento, en solo un segundo, el jodido ordenador que llevan en ese casco comparará su rostro con el de diez mil criminales y perdedores como ella. La reconocerán.

Están a 25 metros.

"Solo hay una opción"

Eso es lo que piensa mientras disimulando, mete la mano en el bolsillo de su abrigo gris, eso es lo que piensa cuando quita el seguro de su FiveAndSeven de nueve milímetros.

Y es que estas mierdas ocurren, a veces una la caga, y cuando la cagas, más te vale llevar una jodida cinco-siete en el bolsillo.

Están a 20 metros.

Tienes que ser rápida niña -piensa-, no puedes dudar ni un segundo...

Tal como te den el alto, en ese mismo instante... tienes que volarles la puta cabeza.

El primero será fácil porque le pillará por sorpresa, dos segundos es todo lo que necesita para poner la cinco siete a un palmo de su cara y presionar el gatillo.

El problema es el segundo, con tan poco tiempo, incluso a esa distancia, con los nervios, es difícil acertarle a alguien en la cabeza.

Diez metros...

Es mejor dispararle en el pecho, a esa distancia la cinco-siete atravesará su armadura como si fuera de papel, pero aún así, la gente tiene la mala costumbre de no morirse de inmediato cuando les pegas un tiro. Empezará a desangrarse como un cerdo, sí, pero nada le impedirá devolver los disparos...

Esos trastos, esos fusiles de poli, también llevan un ordenador incorporado, un ordenador que, con solo levantar el arma en su dirección, con gran eficiencia, la convertirán en un puto colador ensangrentado.

Pero con suerte, puede que los impactos lo derriben; con suerte, quizás alguna bala le atraviese el corazón. Con suerte...

Cinco metros...

La gente cree que te acostumbras a eso, a la proximidad de la muerte. Pero no...

Su corazón se acelera, bombeando cada vez más rápido y con más fuerza, y la voz de decenas de entrenadores del Sol Naciente le hablan desde recuerdos perfectamente integrados en la guerrera: 

"Sin dudar niña, concéntrate, mátalos, no dudes, termina con el enemigo, mata al enemigo, mátalos...."

Dos metros...

"Dirigidas hacia un amargo final..."

La letanía del Sol Naciente consigue calmarla un poco, o al menos lo suficiente. Cierra el puño afianzando su mano sobre el gatillo del arma.

Un metro.

Uno de los enemigos gira la cabeza en su dirección... y la ve.

Ve una chica de 1'65, delgada, mirando al suelo con las manos en los bolsillos, caminando lentamente. Su abrigo es gris y está sucio y empapado de agua contaminada.

El enemigo la mira, y entonces...

"Pasan"

Pasan por su lado sin apenas prestarle atención, pasan y siguen caminando... hablando entre ellos de vete-tu-a-saber-que-mierda en la lengua del enemigo.

El corazón late enloquecido, y solo cuando se han perdido en otro de los mugrientos callejones del 17, solo entonces la guerrera vuelve a poner el seguro a su arma y se permite el lujo de respirar de nuevo...

Pero se descubre a si misma apretando los dientes, llena de odio.

Y es que está bien que no la maten hoy... sí, está bien vivir otro día.

Pero joder, cómo habría molado vaciar un cargador entero en las tripas de esos hijos de puta...

O mejor aún, en la cara.

Eso es -piensa-, la jodida cara, para que ni su puta familia los reconozca.

Rencor, odio, adrenalina, y demasiado alcohol barato recorren las venas de Laura Shimoda.

Y así es como debe ser... porque sin eso, un día empiezas a tener miedo; al cabo de un tiempo, eres incapaz de pelear contra ellos, y así, lentamente, terminas por convertirte en uno de esos putos despojos que pueblan el 17. Esclavos agradecidos empapados en lluvia contaminada, trabajando en su mierda de factorías, y vendiéndose por cuatro migajas al opresor.

Su 'pueblo'...

Su pueblo le da ganas de vomitar, no merecen ni siquiera su desprecio.